lunes, 31 de agosto de 2009

CHÍA PA' BOBOS


No hay duda, en esta ciudad todos somos bobos. Miles de medidas, situaciones y comentarios profundizan el estado de “bobada divina” por el que atravesamos. Un estado de absoluta pasividad, de total inconciencia o premeditado silencio que nos acerca cada día al trance mental donde no nos enteramos de nada, nada pasa y nada nos importa. Nos volvimos ermitaños alejados de toda razón, juicio o realidad, muy probablemente por “Evitar la fatiga” cual Doctores Chapatines. “Mejor así, porque para qué atormentarnos la cabeza”.

Pero hay clases de bobada que vale la pena diferenciar con claridad. Porque la bobada no es la misma en todos los casos y lastimosamente, hay escalas, grados o taxonomías de la bobería; que aunque injustificables (ya que conducen al mismo lugar: ser bobos), excusan en algo al protagonista del hecho bobático. Esta boba clasificación va así:

El Bobo candoroso:

El bobo que inevitablemente conduce a la ternura y a la comprensión: “Mira, que pesar, pobrecito… Ay pero ayúdenlo que es bobito”.



El Bobo underground:

Un bobo sagaz e intrépido que se excusa en su bajo perfil e imagen semisanta para pasar desapercibido y eludir sus compromisos: “¿Quien? ¿Pedrito? ¿Pero cómo iba a hacer eso? ¡Ese que va a ser capaz!”

El bobo traqueto

Pretencioso y engreído de su insensatez. Abiertamente bobo y explícitamente incompetente. No le importa con cada acción ratificarle al mundo que es un bobalicón perpetuo. “¡Me importa un comino lo que ustedes piensen, acá mando yo y se hace lo que yo diga!”.

El bobo con Alzhaimer

Es tan bobo pero tan bobo, que a veces olvida que debe ocultar su secreta identidad. Indiscreto, torpe y despistado; su bobedad la lleva consigo a cualquier parte, la deja encima de la mesa, regada en la sala, escurrida en el parque como la mochila de un niño cuando llega del colegio. “¿Cuando? ¿Quién dijo? ¡A mi muéstreme dónde aparece eso porque no me acuerdo!”.

El bobo Sexy


Su atractivo es el meticuloso cuidado con el que oculta su tontería. Es un dandy de la boludez. Conoce a todos y a todas porque de todos lados lo han echado. Es un completo petardo de oficio que detrás de un escritorio, finos trajes y olorosos perfumes esconde su ineptitud de funcionario público. “Gordita, háblate con el doptor Gutiérrez, el es queridísimo, yo lo conozco desde el ministerio y seguro te ayuda con esa vaina”


El bobo ermitaño

Es el bobo que no vive acá. Que no le gusta el parque, las calles y la plaza. Nada le gusta, todo lo crítica pero de ahí no pasa. Es el típico bobo que habla de Neruda y el uribismo en el Café Francés, pero no soporta que le pida monedas un desplazado con cara de protagonista de cualquier película de Víctor Gaviria (Vea “La vendedora de rosas”). Lo más lejos que ha llegado desde su casa es Carulla o Plaza Mayor. No ve la hora de regresar a su conjunto porque “Querida… Chía está I-M-P-O-S-I-B-L-E”.

El bobo reminiscente

Se quedó atascado en el pasado. Viejo o Joven con mentalidad de Viejo, jipi trasnochado, mamerto de poca monta, pensionado de la rama judicial o antiguo finquero que idolatra (así tenga 20 años) lo de antaño, lo de cuando “Chía era bueno y había gente decente”. Necesita un líder que le diga qué hacer, cómo pensar y a quién alabar. No cesa de clamar por el general Rojas, el Dr. Lleras, el Che o el mártir Gaitán “pa’ que le ponga orden a esta joda”.

Últimamente no duerme esperando la llegada de los gringos a las bases militares colombianas “porque ellos si son los únicos que pueden arreglar esta vaina con Chavez”.


El bobo oligarca (o con pretensiones de oligarca)

Tiene plata. Es innegable que le debe lo poco que él es a su abolengo o a la fortuna de una tía rica desconocida. Sabe para qué es el dinero y lo usa sin miramientos en inútiles empresas: chocolates, fresas, arequipes, chicles americanos y pilas de la china; para luego terminar invirtiendo el dinero (que todavía le sobra) en una campaña política. Se vuelve caudillo-manzanillo gracias su billetera o sus parientes aunque no haya hecho nada para mejorar su intelecto. “¿Y de cuánto estamos hablando? ¿Cómo voy yo ahí? ¿De a cuanto nos toca?”


El bobo incapaz

¡Tamaña paradoja! Es el que no da pa’ más. De ahí no pasa. Por más que lo intente nunca será suficiente para ascender en la escala de los bobos. Por más cursos por correspondencia, diplomados de emprendimiento, escuelas para el trabajo y universidades, es imposible que logre el desarrollo libre de su personalidad. Los otros bobos se lo comen vivo. Es el idiota útil. El que lleva los mandados, va por el güaro o pone la cara en la oficina de reclamos.

Los vulgares bobos

El resto de los bobos… quiere decir: NOSOTROS. Los que nos dejamos meter el dedo a la boca. Los que reelegimos, los que callamos, los que reclamamos (pero bien debajo de las cobijas). Los que lloramos con un reportaje de Pirry sobre el éxtasis y a la otra semana nos estamos comprando uno para la rumba “minimal” del sábado. Todos nosotros, los moralistas inmorales que nos quejamos cuando ya no hay tiempo de llorar. Los que lloramos sobre la leche derramada. Los que decimos: “Sí ve, ¡se lo dije!”.

Nosotros, ¡los que en el fondo queremos ser alguno de los bobos de arriba!

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